En el
       
Bar

De músicos, poetas y locos...

 

 

Según se asegura, el bar es un concepto traído de Estados Unidos a mediados del siglo XIX. En nuestros pueblos son conocidas como cantinas, convirtiéndose en punto de reunión, de esparcimiento pero también de discusión, planeación y de bohemia. La intelectualidad al igual que el ciudadano común solían refugiarse en esos santuarios, donde se fraguaban ideas y planes al igual que se mitigaban dolores del espíritu; en resumen pasar ratos agradables y de relajación, sin faltar los desmanes provocados por el exceso de alcohol.

 

La primera cantina en México, según se registra en la literatura, fue abierta en 1855 en la ciudad de México; con la apertura de ese tipo de establecimientos comenzaron a reunirse en ellos todo tipo de personajes convirtiéndose así en lugares democráticos. Espacios de interrelación humana.

 

La palabra cantina, que se deriva de cella, es un término que se utilizó desde el siglo XIX con el significado que actualmente se le ha impuesto. Su origen se remonta a las “tabernas”, “tendajones” y “vinaterías”, que tuvieron su mayor apogeo durante la Colonia.

 

Varios personajes han abordado lo referente a las cantinas o los bares, desde Salvador Novo, Artemio del Valle Arizpe y Rubén N. Campos, por citar algunos.

 

El término, según Salvador Novo, aparece en 1847, tras la entrada a México de los soldados estadounidenses, quienes demandaban licores y vinos mezclados como era la tradición de su país, de ahí que surgieron estos establecimientos.

 

Ya el cronista mexicano, Artemio del Valle Arizpe hacía relatos de estos lugares que, en la línea del tiempo, situaba su surgimiento durante el gobierno de Porfirio Díaz. Antes de esa época, explicaba, funcionaban las típicas vinaterías y tradicionales pulquerías procedentes del tiempo de la Colonia.

 

El cronista de la Ciudad de México desde 1942, describe aquellos lugares como cuartos oscuros alumbrados por velas de sebo que chorreaban los candeleros de barro, donde el vino se servía en copas despostilladas, botellones grasosos y sin brillo por la mugre.

 

Lo mismo ocurría con los pisos, regados de colillas apestosas, flemas y pedazos de papeles dispersos por todo el lugar, que era barrido sólo una vez al día y en todas partes las exhalaciones fétidas de la letrina.

 

El que atendía la casa, continúa Del Valle Arizpe en su relato, o era un grosero y rudo español, gachupín de corrupta alpargata y pechera guadamecilada de pura mugre, o un mexicano chamagoso de insurrecta cabellera que se apaciguaba de vez en cuando con las uñas que le servían de peine.

 

Del Valle indicó que fue entonces cuando comenzaron a saborearse las bebidas compuestas en las que mezclaban sabores distintos para sacar uno sobresaliente, como lo hicieron con los cock-tailes , los high-balls, los dracks, así como los olorosos mint-jules.

 

Como complemento para incitar la gana de beber estaba en una mesa aparte el free-lunch, abundante, suculento y caliente que alborotaba con violencia el apetito.

 

Poco a poco fueron proliferando las cantinas de tal forma que entre 1905 y 1915 se contaban, en la ciudad de México, alrededor de 250, de las cuales, se dice, sobreviven algunas, cuyos nombres fueron tomados de la calle donde se ubicaban y posteriormente fueron adquiriendo títulos más sugestivos.

 

En San Luis Potosí existen cantinas o bares, de principios del siglo XX, uno de ellos El Escalón, que según se lee en su anuncio fue fundado en 1910, aunque hay quienes aseguran que fue fundado en 1908.

 

Justo ese año se celebraba en el entonces Instituto Científico y Literario de San Luis Potosí, un homenaje a un par de científicos potosinos que dieron lustre a la ciencia potosina, y que recién habían fallecido, el Dr. Gregorio Barroeta Corvalán y Francisco Javier Estrada Murguía, ilustres catedráticos del Instituto Científico y Literario de San Luis Potosí. Estrada se había retirado en 1886 debido a su enfermedad emigrando posteriormente a la ciudad de México, mientras que Barroeta lo reemplaza en su cátedra de Física. Estrada fue atacado de ataxia locomotriz siendo aún joven. Ese año, de 1908, se celebró la velada en su honor y se colocaba la piedra y retrato en su recuerdo como homenaje a su labor académica y científica. En la actualidad puede observarse la placa a la entrada de las oficinas de rectoría de la Universidad Autónoma de San Luis Potosí.

 

El Escalón está ubicado en la esquina de las actuales calles de Reforma y Ocampo, una pequeña cantina de unos seis por siete metros, un tanto rustica que encierra una larga historia sobre el devenir de la ciudad.

 

A principios del siglo XX existía aún La Corriente que dividía la ciudad y que desahogaba la caída de agua de la Sierra de San Miguelito. Más allá de La Corriente existían los barrios que alojaban a los pueblos de indios, tlaxcaltecas, tarascos, otomíes. Delimitación natural que permitía dejar fuera de la ciudad a lo más bajo de la sociedad.

 

Al decir de algunas personas El Escalón fue fundado en 1908, prácticamente en las afueras de la ciudad, a un costado de La Corriente ese arrollo que dividía la ciudad. Frente a la actual calle de Ocampo existía una piedra que era usada comúnmente para ayudarse a atravesar el arrollo que la gente que venía de los pueblos cercanos utilizaba para pasar a la ciudad y poder hacer sus cambalaches y trueques, mismos que hacían en el recién abierto bar El Escalón, como comenzó a ser nombrado por el tipo de paso que la gente usaba mismo que semejaba un escalón.

 

En la mentada cantina se reunían los parroquianos a negociar sus productos, chivitos o quesos por toda una variedad de productos, se arremolinaban en el pequeño espacio de tierra, que componía el piso de la rústica cantina. Ubicado estratégicamente, pues a unos pocos pasos más allá de La Corriente existía una tablajería, justo donde posteriormente ya avanzado el siglo XX se instaló la cancha Morelos y actualmente un estacionamiento regenteado por el Gobierno del Estado.

 

Era una de las zonas donde solía juntarse la gente. En los recientes trabajos de pavimentación en la actual calle de Uresti aparecieron restos de lo que se cree eran albercas públicas, ahora resguardadas por tierra fina, registradas por el Instituto Nacional de Antropología e Historia y tapadas con el concreto que simula adoquín.

 

 

Las cantinas y los poetas potosinos

 

La primer licencia expedida para una cantina data de 1855 y fue dada a la cantina El Nivel en la ciudad de México, hasta cierto punto sinónimo de El Escalón. El Nivel fue cerrado al entrar al siglo XXI, ocasionando desacuerdos. Extraña forma de desaparecer de un legendario e histórico sitio, pues se encontraba en un inmueble de la Universidad Nacional Autónoma de México, cantina a la que según se dice, llegó a asistir el entonces presidente Sebastián Lerdo de Tejada. La misma suerte han pasado un buen número de viejas cantinas de la ciudad de México.

 

San Luis Potosí, no ha sido la excepción, recientemente fue cerrada la emblemática cantina El Peñasquito, también una pequeña cantina con pocas mesas y su típica barra donde se apretaban los bebedores a departir con los parroquianos.

 

El Peñasquito es celebre, entre muchas otras cosas, por que se asegura que en dicho lugar se compuso el brindis del bohemio, que suele, o solía, ser declamado en las escuelas del país.

 

El brindis del bohemio es una poesía de Guillermo Aguirre y Fierro, poeta potosino que naciera el 24 de septiembre de 1887. Aguirre y Fierro fue estudiante del Instituto Científico y Literario, posiblemente en la época en que se abría El Escalón y se daba reconocimiento a las figuras ilustres del Instituto Científico, Barroeta y Estrada. Misma época en que López Velarde recorría los pasillos del Instituto estudiando leyes. De ideas liberales, como caracterizaba a la vida intelectual de San Luis, donde se celebrara el primer congreso liberal mexicano, en el majestuoso Teatro de la Paz. Muy a pesar de haber sido estudiante del Seminario Conciliar, en donde fuera condiscípulo de otro gran poeta potosino Alfonso Zepeda Winkfield, en donde al decir del propio Aguirre y Fierro, rompieran sus primeras lanzas en la métrica y libraran sus primeras escaramuzas, pluma y ristre contra el arte de Licurgo.

 

No es de extrañar, que uno de los primeros poemas de Zepeda Winkfield hable sobre un “brindis” de corte similar al del brindis del bohemio de Aguirre y Fierro, aunque muy distintos, de acuerdo a especialistas.

 

Posiblemente sea una leyenda el decir que el poema de Aguirre se compusiera en el Peñasquito, sobre todo porque el poema de el brindis del bohemio se firma llevando la leyenda de “en el destierro” y lleva por fecha el año de 1915, y fue publicado hasta 1928 por la Librería Teatral de Juan Lechuga, de la ciudad de México. En 1915, Aguirre y Fierro, huyó a los Estados Unidos, debido a problemas por su labor periodística en donde atacaba al gobierno; no regresaría a San Luis Potosí sino hasta 1937, para después emigrar a la ciudad de México.

 

Sin embargo, cabe la posibilidad de que haya sido fraguado con anterioridad en alguna reunión bohemia, donde, como se dice en el poema, en torno a una mesa de cantina y en compañía de amigos bohemios, entramaran versos a la mujer, y por que no, también estuviera presente Zepeda Winkfield, dando los primeros trazos a sus respectivos poemas, justo en una mesa del Peñasquito.

 

Mientras Zepeda Winkfield decía en su primera estrofa: Tomó la copa de opalino néctar/ el soñador de blonda cabellera,/ y paseando su vista por la estancia/ habló de esta manera... Aguirre y Fierro pregonaba: Por todos lados estrechado, alzó su copa/ frente a la alegre tropa/ desbordante de risa y de contento;/ los inundó en la luz de una mirada,/ sacudió su melena alborotada/ y dijo así, con inspirado acento...

 

Guillermo Aguirre y Fierro murió en la ciudad de México el 8 de noviembre de 1949, mientras que Zepeda y Winkflied muriera en 1910 en San Luis Potosí, recién abierto El Escalón.

 

Aguirre y Fierro no sólo le escribió a la memoria de su santa madre, como reza la dedicación de el brindis del bohemio, también en una cantina le escribió a la cabaretera: dame una copa más, cabaretera/ que te acomodas a la vera mía/ con un recio crayón en cada ojera/ y en las manos dudosa pedrería./ Sírveme otro licor, cabaretera/ que pretendes vaciar mi faltriquera.../que ya está poco menos que vacía,/ pero a cambio de ser mi compañera/ en una triste y transitoria orgía./ Ves mi melena blanca y te supones/ que no advierto el fulgor de tus tacones/ de cristal, ni lo esbelto de tu talle/ ni el rojo de tus labios juguetones./ Te equivocas: no pierdo ni un detalle;/ soy el viejo catador de los manjares/ y de los vinos cálidos y añejos,/ y sé oficiar de Baco en los altares,/ y mil veces calmaron mis pesares/ unos labios bermejos./ Pero eso es un ayer que está perdido,/ que naufragó en el mar de la quimera./ Nadie piense en lo ido. /”¡Mal haya el recuerdo y el olvido!”/ ¡Dame una copa más cabaretera...!

 

Mientras a su madre en aquel año nuevo y en torno a la mesa de cantina, se brindaba:

 

...Por esa brindo yo, dejad que llore,/ que en lágrimas desflore/ esta pena letal que me asesina;/ dejad que brinde por mi madre ausente,/ por la que llora y siente/ que mi ausencia es un fuego que calcina./ Por la anciana infeliz que sufre y llora/ y que del cielo implora/ que vuelva yo muy pronto a estar con ella;/ por mi madre bohemios, que es dulzura/ vertida en mi amargura/ y en esta noche de mi vida, estrella .../ El bohemio calló; ningún acento/ profanó el sentimiento/ nacido del dolor y la ternura,/ y pareció que sobre aquel ambiente/ flotaba inmensamente/ un poema de amor y de amargura.

 

Según se dice, en el Peñasquito, Aguirre fraguó el brindis del bohemio, le dio lectura ante el aplauso de los parroquianos y algunos sollozaron. Durante su mejor época, en las décadas de los treinta y cuarenta del siglo pasado, se recuerda de la concurrencia a los poetas Rafael Díaz de León, Agustín Vera, Luis Castro, Ignacio Medellín y Justino N. Palomares; los pintores Pedro Guzmán Leal, Fernando Leal, Juan M. López y Gregorio Morett; el fotógrafo Juan Alberto Gaytán, los músicos Antonio Rodríguez, Yocundo Ramos, Antonio Guerrero, Rodrigo de G. Arriaga y Abraham Velasco, y los periodistas Manuel Alviso Flores, Juan Guerra Arriaga, Francisco Navarro Loza, Roberto Estrada Dávalos y Luis “El Gallo” Maldonado. El Peñasquito perteneció a José Betancourt hasta 1960.

 

A Guillermo Aguirre y Fierro se le atribuye un poema anónimo que fuera publicado en el diario de Brownsville, Texas, El cronista del Valle, el 26 de mayo de 1926, según lo asegura el escritor Antonio Saborit, y que refleja sus tendencias liberales forjadas en el San Luis de principios del siglo XX: El león falleció ¡triste desgracia!/ Y van, con la más pura democracia,/ a nombrar nuevo rey los animales./ Las propagandas hubo electorales,/ prometieron la mar los oradores,/ y… aquí tenéis algunos electores:/ Aunque parézcales a Ustedes bobo/ las ovejas votaron por el lobo;/ como son unos buenos corazones/ por el gato votaron los ratones;/ a pesar de su fama de ladinas/ por la zorra votaron las gallinas;/ la paloma inocente,/ inocente votó por la serpiente;/ las moscas, nada hurañas,/ querían que reinaran las arañas;/el sapo ansía, y la rana sueña/ con el feliz reinar de la cigüeña;/ con un gusano topo/ que a votar se encamina por el topo;/ el topo no se queja,/ más da su voto por la comadreja;/ los peces, que sucumben por su boca,/ eligieron gustosos a la foca;/ el caballo y el perro, no os asombre,/ votaron por el hombre,/ y con dolor profundo/ por no poder encaminarse al trote,/ arrastrábase un asno moribundo/ a dar su voto por el zopilote./ Caro lector que inconsecuencias notas,/ Dime: ¿no haces lo mismo cuando votas?

 

Rubén N. Campos escritor guanajuatense que formó parte del modernismo mexicano de principios del siglo XX, muy ligado a la Revista Moderna donde se reunían un buen número de escritores mexicanos donde al final de la jornada, o en medio de ella, en algún descanso, se trasladaban al bar a departir y discutir de la vida, de todo y de nada. Rubén Campos escribe su obra El Bar (la vida literaria de México en 1900), como una historia de la literatura de los modernistas mexicanos, aunque es un acercamiento personal de los protagonistas rescatando la parte humana de personajes de carne y hueso, entre los que aparece el potosino Manuel José Othón, que muriera en 1906, época en que San Luis perdía a sus más brillantes hombres de ciencias y de letras. Manuel José Othón fue estudiante del Instituto Científico y Literario de San Luis Potosí, donde estudió la carrera de Leyes, tal como la haría posteriormente, Ramón López Velarde.

 

En la obra, Rubén Campos centra su historia en los personajes de la vida literaria de México y desentraña su lado humano sin dejar de lado su contribución a la literatura mexicana.

 

Rubén Campos teniendo a la literatura como forma de vida, tuvo a la música como su segundo amor en el mundo del arte. Se encargó de reunir la música popular mexicana, rescatar su letra y su música, misma que parte de ella quedó registrada en su obra el folklore y la música mexicana gracias a lo cual podemos conocer obras populares de riqueza lírica y de importancia histórica, que logró recopilar y hacer trascender para enriquecer la vida cultural de nuestra sociedad actual.

 

Para bien o para mal, las cantinas o los bares han estado asociados al desarrollo de las artes y las ciencias, por lo que La Ciencia en el Bar, recoge esta tradición llevando a su escenario temas de actualidad donde los concurrentes desbordan su pasión inspiradora, incorporando temas científicos y de arte a su discusión amable y cotidiana.