Sitio Web de Héctor E. Medellín Anaya

 

 

EL MENSAJERO SIDERAL

Galileo Galilei 

 

Que descubre visiones grandes y pasmosas, y las propone a consideración de todos, pero especialmente a la de los filósofos y astrónomos, tales como las tiene observadas.

Galileo Galilei, hidalgo florentino, profesor de matemáticas en la Universidad de Padua, con ayuda de un telescopio, concernientes a la superficie de la Luna, incontable número de estrellas fijas, la Vía Láctea, y las estrellas nebulosas, pero sobre todo a los cuatro planetas que giran en derredor de Júpiter a diferentes distancias y en diferentes tiempos de período, los cuales, habiendo permanecido ignorados hasta hoy, descubriólos ha poco el autor y denominó ESTRELLAS MEDICEANAS.

Venecia, 1610.

INTRODUCCION

En el presente tratadillo expongo algunos asuntos que importa mucho mirar y considerar a todos los observadores de los fenómenos naturales. Importan, a mi parecer, en primer lugar, por su excelencia intrínseca; en segundo lugar, por su novedad absoluta; y finalmente, también por razón del instrumento mediante el cual se han ofrecido a mi vista.

Puede contarse el número de estrella fijas que hasta hoy han podido ver los observadores, sin valerse de medios ópticos artificiales. Por lo tanto, es gran proeza añadir a este número y poner de modo claro ante los ojos otros millares y millares de astros nunca vistos hasta ahora y cuyo número sobrepuja en más de diez veces al de los astros antiguos y antes conocidos.

Además, bellísimo y gratísimo espectáculo es el que se nos ofrece al contemplar la Luna, la cual dista de nosotros unos sesenta radios terrestres, como si estuviese a una distancia igual a sólo dos de dichas medidas; de suerte que el diámetro de la Luna se nos presenta una treinta veces más grande, como novecientas veces mayor su superficie, y su volumen como veintisiete mil veces mayor que contemplada a simple vista. Y por ende, todos pueden averiguar por certidumbre que la luna ciertamente no posee superficie lisa y pulida, sino áspera y rugosa, y que, como el has de la misma Tierra, abunda por doquiera en grandes protuberancias, hondonadas profundas y sinuosidales.

Cosa que de ningún modo parece merecer que se la juzgue de poca monta es el habernos liberado de las controversias acerca de la Galaxia o Vía Láctea y hecho patente a los mismísimos sentidos la índole de ella. A lo cual ha de añadirse que es cosa agradable y bellísima el señalar con el dedo, por decirlo así, la naturaleza de las estrellas que hasta ahora todos los astrónomos habían denominado nebulosa; y demostrar |que ella es muy diferente de lo que se había creído hasta ahora. Pero lo que, con mucho, ha de provocar el mayor asombro y lo que en efecto me ha movido más particularmente a llamar la atención de todos los astrónomos y filósofos es que tengo descubiertos cuatro planetas no conocidos ni observados por ningún astrónomo anterior a mi época, los cuales giran en derredor de cierto astro resplandeciente y ya antes conocido, lo mismo Venus y Mercurio al rededor del Sol, y están unas veces delante de él y otras detrás, aunque nunca se apartan más allá de cierta distancia. Todos estos hechos se descubrieron y observaron hace algunos pocos días, mediante un telescopio inventado por mí, merced a la gracia de Dios que primero me iluminó el entendimiento.

Puede que de vez en cuando yo u otros observadores hagamos descubrimientos, más excelentes aún, ayudados de un instrumento semejante; por eso daré por primera vez un breve informe acerca de su forma y preparación, como también de la ocasión con que fue inventado; y luego reseñaré las observaciones hechas por mí.

REFIERE GALILEO EL INVENTO DEL TELESCOPIO

Hace unos diez meses llegó a mis oídos la nueva de que cierto holandés [Hans Lippershey] había fabricado un telescopio, con ayuda del cual podían verse distintamente y como si estuviesen cerca los objetos visibles, aun hallándose a gran distancia del ojo del observador, y referíanse algunas pruebas de sus portentosísimas hazañas, creídas por unos y negadas por otros. De ahí a unos días, recibí la confirmación de la noticia en una carta escrita desde París por Jacques Bedovere, noble francés, la cual me determinó a dedicarme primeramente a indagar el principio del telescopio, y luego a meditar en los medios como podía yo emular el invento de un aparato semejante. Lo cual logré llevar a efecto de allí a poco, merced a un estudio profundo de la teoría de la refracción. Y así aparejé un tubo, que al principio era de plomo, en cuyos extremos fijé dos lentes de vidrio, ambas planas por una cara, y por la otra esférica y cóncava la primera, y la segunda convexa. Entonces, acercando un ojo a la lente cóncava, vi os objetos bastante grandes y cercanos, porque parecían estar a la tercera parte de su distancia y ser nueve veces mayor que mirándolos a simple vista. Poco después fabriqué otro telescopio con más primor, el cual agrandaba los objetos más de sesenta veces. Al cabo, sin excusar fatigas ni gastos, logré fabricarme un instrumento tan superior a los precedentes, que vistos a través de él, los objetos aparecían aumentados cerca de un millar de veces, y más de treinta veces más cercanos que mirados con las facultades naturales del a sola vista.

PRIMERAS OBSERVACIONES HECHAS POR GALILEO CON SU TELESCOPIO

Ocioso sería ponderar el número e importancia de los bienes que pudieran esperarse de este instrumento, al usarlo en tierra o por mar. Más, haciendo caso omiso de su empleo en objetos terrenales, me di a hacer observaciones de los cuerpos celestes. Y, antes que nada, vi la Luna tan de cerca, como si estuviese apenas a dos radios terrestres de distancia de la Tierra. Después de la Luna, observé con frecuencia otros cuerpos celestes, así estrellas fijas como planetas, con increíble gozo; y, viendo lo muy grande de su número, empece a pensar en el método mediante el cual me sería posible medir por separado sus distancias; y al cabo di con uno. Y aquí viene bien decir que quien se propusiese dedicar su atención a esta suerte de observaciones debe tener en cuenta ciertas advertencias. Porque, ante todo, es absolutamente indispensable que se apareje un telescopio perfectísimo, que le haga ver los objetos luminosos con nitidez y sin mancha alguna, y los aumente cuando menos cuatrocientas veces; porque así los hará ver como si estuviesen tan sólo a un vigésimo de su distancia real. Pues, de no tener el instrumento un poder así, en vano se intentará ver todas las cosas que en los cielos he visto yo o que más adelante se enumerarán.

METODO PARA DETERMINAR EL AUMENTO DEL TELESCOPIO

Mas, para que cualquiera pueda tener certeza un poco mayor acerca del aumento que puede dar este aparato, dispondrá dos círculos o dos cuadrados de papel, uno de ellos cuatrocientas veces mayor que el otro; lo cual ocurrirá, si el diámetro del primero fuere veinte veces mayor que el del segundo. Entonces mirará de lejos las dos superficies a la vez, fijas en un mismo muro, la menor con un ojo aplicado al telescopio, y la mayor con el otro ojo desprovisto de ayuda; porque esto puede hacerse sin dificultad teniendo ambos ojos abiertos simultáneamente. Entonces ambas figuras aparecerán del mismo tamaño, si el instrumento aumentare los objetos en la proporción que se desea. . .

Ahora permítaseme reseñar las observaciones hechas por mí durante estos dos últimos dos meses, pidiendo de nuevo a quienes se interesan en serio por la filosofía verdadera que presten su atención a los principios que conducen a ver fenómenos de suma importancia.

LA LUNA, RUGOSIDADES DE SU SUPERFICIE, EXISTENCIA DE MONTAÑAS Y DE VALLES LUNARES

Permítaseme hablar primeramente de la cara que la Luna vuelve hacia nosotros. Para que se me entienda con más facilidad, distinguiré en dicha cara dos partes, que llamaré luminosa y oscura respectivamente. La parte luminosa parece rodear y penetrar todo el hemisferio; en cambio, la parte oscura, como a modo de nube, decolora la superficie de la Luna y la hace aparecer cubierta de manchas. Ahora bien, estas manchas, por ser oscuras y de tamaño considerable, son visibles para todos, y las han visto todas las edades por lo cual las denominaré manchas grandes o antiguas, para distinguirlas de las otras manchas, más pequeñas en cuanto al tamaño, pero tan copiosamente diseminadas, que salpican la superficie entera de la Luna, pero en especial la parte luminosa. Antes que yo nadie había observado estas manchas; y por las frecuentes observaciones que de ellas he hecho, he llegado a la opinión que ya manifesté, a saber, que me siento seguro de que la superficie de la Luna no es del todo lisa, exenta de desigualdades y perfectamente esférica, como respeto de ella y de los demás cuerpos celestes lo piensa una numerosa escuela de filósofos; sino, que por el contrario, está llena de irregularidades, es dispareja, está llena de hondonadas y protuberancias, lo mismo que la superficie de la Tierra, la cual por todas partes se halla surcada de hondos valles y montañas enhiestas.

He aquí las apariencias de las cuales podemos colegir las conclusiones antedichas. El cuarto o quinto día después de la Luna nueva, cuando la Luna se nos presenta con cuernos brillantes, el límite que separa la parte oscura de la luminosa no se extiende de modo continuo formando una elipse, como acontecería en el caso de un cuerpo perfectamente esférico, sino señalado por una línea irregular, dispareja y muy ondulada. . . pues varias excrecencias brillantes, si se me permite llamarlas así, se extienden más allá del límite de luz y penetran en la pare oscura, y, por otra parte, algunos trozos de sombra se meten en la luz, más aún, gran número de pequeñas manchas negruzcas salpican por todas partes casi todo el espacio a la sazón inundado por la luz solar, exceptuando tan sólo el pedazo ocupado por las manchas grandes y antiguas. He notado que las manchas pequeñas que acabo de mencionar poseen siempre y en todos los casos la característica común de tener su parte oscura vuelta hacia el sitio donde está el Sol y en la parte alejada del Sol tiene entornos más brillantes, como si estuviesen coronadas de cumbres resplandecientes.

Pues bien, un espectáculo del todo semejante vemos sobre la Tierra a eso de la salida del Sol, cuando contemplamos los valles todavía sin inundarse de luz y los montes que los bordean y están frente al Sol ya resplandecientes con el brillo de sus rayos; Y, así como las sombras en las hondonadas terrestres disminuyen en tamaño según se va levantando el Sol, así también estas manchas de la Luna pierden su negrura al crecer cada vez más las partes iluminadas. Además, no sólo se ven disparejos y sinuosos los límites de la luz y las e sombras en la Luna, sino, y esto produce asombro mayor aún, vence machismos puntos brillantes dentro de la parte oscura, a pesar de hallarse ésta dividida del pedazo iluminado y separada de él por un trecho no despreciable el cual a poco va aumentando paulatinamente en tamaño y brillo, y al cabo de una o dos horas queda unido al resto de la porción principal, dentro de la parte sombría, acá y acullá van brotando otros puntos, se encienden, aumentan de tamaño y al fin entrelazan en la misma superficie luminosa, que ahora es más basta aún. . .

Pues bien, ¿No es esto lo que acontece en la Tierra antes de salir el Sol, cuando hallándose todavía en las sombras el nivel de las llanuras, las cumbres de los montes más altos se iluminan con los rayos del Sol?, ¿No se extiende todavía más la luz, al cabo de un rato, al iluminarse las porciones medias y más grandes de dichos montes? Y, por último, salido el Sol, ¿No se juntan las partes iluminadas de los llanos y colinas? Empero, la grandiosidad de tales prominencias y depresiones de la Luna parecen aventajar así en magnitud como en exención a las rugosidades de la corteza terrestre, como lo haré ver más adelante. . .

LAS ESTRELLAS. ASPECTO QUE TIENEN VISTAS CON EL TELESCOPIO

Asta ahora he hablado de las observaciones hechas por mí acerca del cuerpo de la Luna; ahora describiré brevemente los fenómenos que he visto concernientes a las estrellas fijas. Y antes que nada merece tenerse en cuenta el hecho siguiente. Miradas con el telescopio, las estrellas así fijas como errantes, de ninguna manera parecen aumentar su magnitud en la misma proporción en que ganan en tamaño otros objetos y la misma Luna; antes al contrario, en el caso de las estrellas dicho aumento parece mucho menor, de suerte que podríamos decir que un telescopio, pongo por caso, capaz de aumentar cien veces otros objetos, apenas aumentaría cuatro o cinco veces las estrellas.

Más he aquí la razón de ello. Cuando miramos las estrellas a simple vista, no se nos presentan desnudas con su tamaño real, sino aureoladas por cierto resplandor y bordeadas de destellos, sobre todo muy entrada la noche; y por esta circunstancia parecen mucho más grandes de lo que parecerían de estar despojadas de esas orlas advenedizas; porque el ángulo que subtiende con el ojo como vértice no está determinado por el disco primario de la estrella, sino por el resplandor tan anchuroso que la circunda. . . El telescopio. . . quita a las estrellas sus resplandores accidentales y advenedizos, antes de agrandarles sus discos verdaderos (supuesto que las estrellas tengan tal figura), y por eso parecen ellas aumentar menos que otros objetos, como que una estrella de quinta o sexta magnitud vista a través del telescopio se nos muestra tan sólo como si fuese de primera magnitud.

También parece digna de notarse la diferencia entre los planetas y las estrellas fijas. Los planetas presentan sus discos perfectamente redondos, como trazados a compás, y parecen otras tantas lunitas, del todo iluminadas y de figura globular. En cambio, las estrellas fijas no se presentan al ojo desnudo limitadas por una circunferencia circular [sic], sino más bien como destellos de luz, que arrojan rayos en todas direcciones y muy centellantes; y con el telescopio parecen de la misma figura que miradas a simple vista pero tanto más grandes, que una estrella de quinta o sexta magnitud parece igual a Sirio, la mayor de todas las estrellas fijas.

LAS ESTRELLAS TELESCOPICAS: SU INFINITA MUCHEDUMBRE

Por vía de ejemplo, descríbense El Tabalí y la Espada de Orión y Las Pléyades, tales como las vio Galileo.

Pero, además de las estrellas de sexta magnitud, veréis con el telescopio multitud de otras estrellas invisibles a simple vista, tan numerosas que casi es increíble, pues pueden verse más de otras seis diferencias de magnitud, la mayor de las cuales, que yo llamo estrellas de séptima magnitud, o de primera magnitud entre las invisibles, aparecen con el telescopio más grandes y brillantes que las estrellas de segunda magnitud miradas a simple vista. Mas a fin de que tengáis una o dos pruebas del modo inconcebible como se hallan conglomeradas, he resuelto proponer el caso de dos grupos de estrellas para que, por ellas a modo de ejemplo, podáis formaros idea de lo restante.

figura 1

Como primer ejemplo había decidido yo describir toda la constelación de Orión; pero me hizo desistir de mi propósito lo inmenso del número de sus estrellas y la falta de tiempo, y así, lo dejaré para otra ocasión, porque, dentro de los límites de uno o dos grados, hay más de quinientas estrellas nuevas esparcidas entre las antiguas o adyacentes a ellas. Por esta razón escogí las tres estrellas del Tahalí de Orión y las seis de su Espada, las cuales han sido desde hace mucho tiempo grupos muy conocidos; y les añadí otras ochenta estrellas recién descubiertas en las cercanías de ellas, y procuré conservar en lo posible los intervalos que las separan. Para distinguir las estrellas antiguas o ya conocidas, las dibujé de tamaño mayor, marcándolas con línea doble; las demás, invisibles a simple vista, las dibujé más pequeñas y con trazo sencillo. También conservé hasta donde me fue dado las diferencias de magnitud. Como segundo ejemplo dibujé las seis estrellas de la constelación del Toro llamadas las Pléyades (de intento digo seis, por si apenas visible la séptima), grupo de estrellas que en los cielos se halla encerrado dentro de límites muy estrechos. Cerca de ellas hay más de otras cuarenta que son invisibles a simple vista y ninguna de las cuales se aparta más de medio grado de las seis sobredichas, de ellas anoté treinta y seis en mi diagrama. Conservé sus intervalos, magnitudes y la distinción entre las estrellas nuevas y antiguas, lo mismo que en el caso de Orión.

 figura 2

LA VIA LACTEA ESTA FORMADA ENTERAMENTE POR ESTRELLAS INCONTABLES EN NUMERO Y DIVERSAS EN MAGNITUD.

El segundo objetivo que tengo observado es la esencia de la Vía Láctea. Mediante el telescopio cualquiera puede verla de modo tan claramente sensible, que de vez en vez para siempre la irrefragable evidencia de nuestros ojos acaba con todas las controversias que han atormentado a los filósofos durante tantos siglos; y quedamos libres de disputas verbales acerca del asunto, porque la Galaxia no es sino una innumerable muchedumbre de estrellas reunidas en conglomerados. A donde quiera que uno aseste el telescopio se presenta a la vista una inmensa multitud de estrellas. Muchas son bastante grandes y en extremo brillantes; pero el número de las menores queda fuera de todo cómputo. . .

DESCUBRIMIENTO DE LOS SATELITES DE JUPITER EL 7 DE ENERO DE 1610:

REGISTRO DE LAS OBSERVACIONES HECHAS POR GALILEO DURANTE DOS MESES

He terminado ya mi breve reseña de las observaciones que hasta ahora he llevado a cabo respecto de la Luna, las estrellas fijas y la Galaxia. Queda por tratar el asunto que, a mi juicio, merece reputarse por el más importante de esta obra, pues manifestaré al mundo y divulgaré las circunstancias en que descubrí y observé cuatro planetas, nunca vistos desde el comienzo del mundo hasta nuestra época, sus posiciones, y las observaciones hechas por mí durante estos dos últimos meses acerca de sus movimientos y cambios de magnitud; y conjuro a todos los astrónomos a que se den a escudriñarlos y estudiar los periodos de ellos, lo cual no me ha sido posible llevar a cabo hasta ahora, por lo limitado del tiempo de que dispongo. Empero, a fin de que no se dediquen sin provecho alguno a tal indagación, de nuevo les advierto que habrán menester un telescopio fabricado con mucho esmero, y semejante al que describí al comienzo de este informe.

El día 7 de enero del presente año de 1610, a la hora primera de la noche siguiente, estando yo mirando a través del telescopio las constelaciones del firmamento, se me presentó ante los ojos el planeta Júpiter; y, como me tenía aparejado yo un instrumento muy excelente, pare mientras en una circunstancia que nunca podía advertir antes, por la falta de poder de mi otro telescopio, a saber, que tres estrellitas, pequeñas pero muy brillantes, estaban cerca del planeta; y, aunque creí que pertenecían al número de las estrellas fijas, sin embargo, me asombraron, porque parecían estar colocadas exactamente en una línea recta paralela al eje de la eclíptica y ser más brillantes que las demás estrellas iguales a ellas en magnitud. Su posición mutua y respecto de Júpiter era como sigue:

 figura 3

En la parte oriental había dos estrellas y una sola al oeste. La estrella estaba más distante hacia el este y la occidental parecían mayores que la tercera.

Casi pase por alto la distancia entre ellas y Júpiter, porque, como ya dije, las tomé al comienzo por estrellas fijas; pero, cuando el día 8 de enero, introducido por no sé que lados, volví a mirar la misma región del firmamento, hallé las cosas en un estado muy diferente; como que había tres esrtrellitas al oeste de Júpiter y más juntas que la noche anterior, y separadas una de otras por intervalos iguales, como se muestra en la figura que va acontinuación.

 figura 4

Aquí, aun cuando no había parado mientras ni por asombro en la distancia mutua de las estrellas, comenzó a desaparecerme el asombro, preguntándome como podía ser que Júpiter se hallase un día al este de las tres sobredichas estrellas fijas, siendo así que el día antes estaba al oeste de dos de ellas; y por lo pronto me temí que el planeta no se hubiera movido de manera diferente de la calculada por los astrónomos y adelantándose a esas estrellas, en virtud de su propio movimiento. Aguardé, pues, con expectación intensísima la llegada de la noche siguiente; pero vi frustradas mis esperanzas, porque el cielo estaba cubierto de nubes por todas partes.

Pero el 10 de enero las estrellas se presentaron en la posición siguiente respecto de Júpiter, oculta la tercera por el planeta, según me figuré. Estaban situadas, lo mismo que antes, sobre la misma recta que Júpiter, y a lo largo del Zodiaco.

 figura 5

Habiendo visto estos fenómenos, y sabiendo que los correspondientes cambios de posición de ninguna manera podían pertenecer a Júpiter, y percatándome además de que las estrellas que veía yo, las vi siempre dentro de una distancia grande y no había a lo largo del zodiaco ninguna otra ni delante ni detrás, al cabo, pasando de la duda al asombro, descubrí que el intercambio de posiciones que estaba viendo no pertenecía a Júpiter, sino a las estrellas que me habían llamado la atención; y, por ende, juzgue que en adelante debían observarse con mayor cuidado y exactitud.

Así pues el 11 de enero vi el orden siguiente:

figura 6

De suerte que sólo había dos estrellas el este de Júpiter, la más cercana de las cuales distaba de éste tres veces más que la más lejana; y la estrella más lejana era casi dos veces mayor que la otra, siendo así que la noche anterior parecían poco más o menos de la misma magnitud. De ahí infería ya sin ninguna vacilación que en los cielos hay tres estrellas que giran en torno de Júpiter, como Venus y Mercurio en derredor del Sol; lo cual quedó por último asentado con claridad meridiana, por muchas otras observaciones que vinieron en pos. Dichas observaciones dejan asentado también que no son sólo tres, sino cuatro los cuerpos siderales que giran entorno de Júpiter. El informe que se dará más adelante suministra observaciones hechas con más exactitud de los cambios de posición de los sobredichos astros durante las noches siguientes. Medí también con el telescopio los intervalos que los separan, al modo ya explicado. Además de esto, doy la hora en que se hicieron las observaciones, sobre todo cuando se llevaron a efecto varias durante una misma noche, porque los giros de estos planetas son tan veloces, que por lo general el observador puede constatar diferencias de posición de hora en hora.

12 de enero. A la misma hora de la noche siguiente vi dichos cuerpos celestes de esta manera:

 figura 7

El satélite más distante hacia el este era mayor que el más distante hacia el oeste, pero ambos eran bien visibles y brillantes; la distancia entre cada uno de ellos y Júpiter era de dos minutos. Un tercer satélite, que ciertamente no se percibía con anterioridad, comenzó a aparecer a la tercera hora; casi tocó a Júpiter por el lado este, y era harto más pequeño. Todos ellos estaban dispuestos en la misma línea recta.

13 de enero. Por vez primera se percibieron cuatro satélites, en la posición siguiente con respecto a Júpiter.:

figura 8

Tres estaban al oeste y uno al este; formaban casi una línea recta; pero el satélite segundo de los tres del oeste se desviaba un poco de la recta hacia el norte. El satélite oriental más lejano distaba dos minutos de Júpiter; había intervalos de un sólo minuto así entre Júpiter y el satélite más cercano, como entre los mismos satélites situados al oeste de Júpiter. Todos los satélites parecían del mismo tamaño, y, aunque pequeño, eran muy brillantes y aventajaban mucho en resplandor a las estrellas fijas de la misma magnitud.

14 de enero. El tiempo estaba nublado. . .

He aquí mis cuatro observaciones acerca de los cuatro planetas mediceanos, recién descubiertos por mí por vez primera; y aunque no me es dado aún deducir mediante un cálculo fundado en estas observaciones de órbitas de dichos cuerpos, séame lícito, sin embargo, enunciar algunas afirmaciones en ellas basadas y muy dignas de atención.

DEDUCCIONES SACADAS DE LAS OBSERVACIONES ANTERIORES ACERCA DE LAS ORBITAS Y PERIODOS DE LOS SATELITES DE JUPITER

En primer lugar, puesto que unas veces están detrás de Júpiter y otras delante de él, a distancias semejantes, y no se apartan del planeta hacia el este y el oeste sino dentro de muy estrechos confines, y que puesto que acompañan al sobredicho planeta así cuando el movimiento de éste es directo como cuando es retrógrado, nadie puede dudar de que llevan a cabo sus giros en torno de tal planeta al mismo tiempo que recorren juntos una trayectoria de doce años en torno del centro del mundo. Además, voltean en círculos desiguales, conclusión que se infiere evidentemente del hecho que nunca me ha sido posible ver dos satélites en conjunción, cuando su distancia de Júpiter era tan grande, siendo así que he visto dos o tres de ellos y a veces los cuatro estrechamente apretujados cerca de Júpiter. Fuera de eso, puede comprobarse que los giros de los satélites que describen los círculos más pequeños en derredor de Júpiter son los más veloces; pues los satélites más cercanos a Júpiter pueden verse a menudo al este, habiendo aparecido, tras de acechar cuidadosamente las ocasiones de su vuelta a posiciones antes anotadas, que el satélite que recorre la órbita mayor tiene un periodo de medio mes.

Tenemos además otro argumento notable y magnífico para acabar con los escrúpulos de aquellos que pueden, sí, tolerar la idea de que los planetas giran en derredor del Sol, conforme a sistema copernicano, pero se sienten tan turbados con la doctrina de que la Luna se mueve en torno de la tierra, que a su juicio, esta teoría del universo debe rechazarse por imposible. Pues es de saber que ahora no sólo tenemos nuestra vista nos presenta cuatro satélites volteando en derredor de Júpiter, como la Luna en torno de la Tierra, mientras el un planeta que gire al rededor de otro, mientras recorren ambos una amplia órbita en torno del Sol, sino que sistema entero describe en el espacio de doce años una inmensa órbita en torno del Sol.

 

Del libro Autobiografía de la ciencia de Forest Ray Moulton y Justus J. Schifferes (Traducción de Francisco A. Delpiane).